
La cumbre sobre Venezuela realizada en Bogotá el 25 de abril, por iniciativa del presidente Petro, tuvo puntos favorables, desfavorables, interrogantes y retos a futuro.
Entre los aspectos favorables observamos tres. En primer lugar, el haber puesto nuevamente a Venezuela en la agenda internacional, tras meses de letargo. No es poca cosa reunir a 20 países para refrescar el interés sobre un país cuya crisis se ha vuelto parte del paisaje. En segundo lugar, Petro reafirmó la recomposición de la izquierda democrática en la región, con la invitación de Chile, Argentina y Brasil y la exclusión de Cuba y Nicaragua. En tercer lugar, la actividad cerró con la lectura de un documento breve, preciso e inobjetable por parte del canciller Álvaro Leyva, que se centra en tres puntos, el primero de los cuales se refiere a la “necesidad de establecer un cronograma electoral que permita elecciones libres, transparentes y con plenas garantías para todos los actores venezolanos”. Se mencionó al respecto considerar las recomendaciones de la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea de 2021.
Con respecto a los puntos desfavorables, sin duda destaca la lectura en solitario del canciller, frente a las sillas vacías de los invitados y sin espacio posterior para responder preguntas de la prensa, lo que denota la ausencia de acuerdos entre los asistentes al Palacio de San Carlos. Otro aspecto negativo lo constituye la lectura sesgada tanto de quienes detentan el poder en Venezuela, como de la oposición; en sus respectivos comunicados valoraron la cumbre como una iniciativa positiva, pero destacaron solo aquellos aspectos del documento leído por el canciller colombiano que les resultaron favorables a sus exigencias. Es decir, cada uno leyó lo que quiso, lo que los mantiene en sus esquinas, sin acercarse al centro del escenario que quiso generar Petro.
La forma en que se desarrolló la cumbre genera un gran interrogante sobre el carácter y valor de lo que leyó Leyva. ¿Qué significa hablar de «posiciones comunes» ante un auditorio vacío? ¿Qué grado de compromiso puede generar un documento no suscrito por los asistentes? ¿Habrá ambiente para convocar a los mismos invitados a futuro? Aunque la cumbre pretendía ser un proceso y no un momento, los pasos siguientes en ese enfoque de proceso no están claros.
De estas incertidumbres derivan varios retos. El primero es asegurar el diseño de una mejor metodología que permita a los invitados sentir que están en un espacio que les pertenece. La falta de mensajes claros sobre los objetivos de la cumbre incidió en la dispar participación de personas de rangos muy disímiles que incluyó desde primeros ministros hasta funcionarios de tercera línea.
Un segundo reto será darles señales a todas las partes de que la iniciativa de Petro no sea una versión refrescada del Grupo de Lima, sino algo más cercano al Grupo Contadora. Es decir, propiciar una convocatoria que despierte mayor interés en los rangos más altos de los gobiernos de los países invitados, con el objeto de avanzar hacia un grupo de amigos que apoye y acompañe el proceso de México buscando tender puentes entre los extremos.
Los resultados de la Cumbre de Bogotá están por verse. El rol de la comunidad internacional será impulsar este proceso encarando sus desafíos desde los aspectos favorables que ya ha construido. Bogotá puede ser un esfuerzo atractivo para que México retome su curso y dé resultados.